Brigitte cortó en segmentos este árbol fosilizado de cinco metros para después reconstruirlo. |
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MUCHO ANTES DE QUE llegaran los homínidos, mucho antes de que lo hicieran los dinosaurios y antes de que surgieran los bosques de arbustos, un árbol, especialmente dotado, fue el origen de los primeros bosques de nuestro planeta: el Archaeopteris, el árbol más viejo de mundo.
Hace 370 millones de años, la Tierra
estaba poblada por arañas, ciempiés, escorpiones y gusanos.
Nuestros cinco continentes no eran más
que dos, el Larusia y el Gondwana. La mayoría de las zonas húmedas
estaba dominada por una planta gigante, el archaeopteris. Hace unos cuatro
millones de siglos, este antepasado de nuestros bosques casi lo había
inventado todo para reproducirse, desarrollarse y dominar el reino vegetal
durante unos 15 millones de años.
Aprovechando un yacimiento extraordinariamente rico en fósiles vegetales, la paleobotanista Brigitte Meyer-Berthaud ha estudiado por qué este árbol en especial triunfó en la Tierra a finales del período devoniano.
En su sencillo laboratorio del Instituto
de las Ciencias de la Evolución de Montpellier, Meyer-Berthaud analizó
un espécimen de Archaeopteris traído de Marruecos. El árbol
fósil, anatómicamente conservado, medía unos cinco
metros de largo. Para examinarlo, lo cortó en pequeños
segmentos y observó lo que había sido el corazón del
árbol, hoy duro como una piedra.
"Una planta conserva siempre su historia
en sus tejidos. Estudiando la estructura de todo el árbol, se consigue
reconstruir su arquitectura y la historia de su desarrollo. Se puede llegar
a descubrir que, cuando era joven, hizo brotar una rama en tal sitio y
que ésta se cayó y brotó otra...", explica esta paleobotanista
francesa.
MARRUECOS
Con sus mechas rubias y sus grandes ojos azules, Brigitte Meyer-Berthaud disimula perfectamente sus orígenes magrebíes. Y sin embargo, creció en Marruecos. Quizás como un signo del destino, los más de 150 ejemplares de Archaeopteris sobre las que está trabajado proceden del desierto del sur de Marruecos. Esta historia comenzó cuando un día, el profesor Jobst Wendt -del Instituto alemán de Geología de la Universidad de Tubinga- le propuso ir a estudiarlos sobre el terreno. El profesor alemán y su equipo ya habían encontrado innumerables fósiles vegetales en la región de Erfoud a comienzo de los años 90.
Brigitte Meyer-Berthaud organizó una expedición en 1998 e invitó a acompañarle a su colega americano Stephen Scheckler del Instituto Politécnico de Virginia. El equipo -que pasó dos semanas en estos paisajes de roca parda, monocromáticos y desprovistos de vegetación...- descubrió la zona más rica, conocida hasta ahora, en restos de Archaeopteris, y seleccionó 500 kilos de este precioso material. "El yacimiento era tan formidable que no podíamos coger todos los fósiles. Por eso, elegimos los troncos más grandes, los especímenes con ramas y raíces, así como las ramas de diferentes diámetros para poder, después, reconstruir un árbol entero", explica la paleobotanista.
De vuelta a Montpellier, Brigitte se dedicó, durante meses, a examinar y estudiar los fósiles. A través de su microscopio, el árbol le entregó poco a poco sus secretos, los secretos de un espécimen superdotado para su época. Examinando sus finas láminas, Brigitte halló vascularizaciones y ramificaciones de diferentes tipos. Y llegó a una conclusión: el Archaeopteris poseía dos tipos de ramas: las caducas, que tenían hojas, pero también las ramas persistentes que eran las que le conferían la forma al árbol. Estas últimas no sólo se formaban a partir de la copa del árbol (el apex), sino que podían provenir de zonas situadas a lo largo de todo el tronco. De ahí que, al contrario de los demás árboles de su tiempo, si el Archaeopteris perdía su copa, no por eso moría.
Otra característica semejante a la de los árboles del siglo XX es que el árbol podía hacer crecer nuevas raíces, según sus necesidades, y, por lo tanto, reproducirse echando brotes o, incluso, enterrando sus propias ramas en el suelo. Dicho de otra forma, el mal llamado arbusto antiguo, del que ya se sabía que había inventado la madera y la reproducción sexuada por medio de esporas, se aproximaba a grandes zancadas al funcionamiento de las plantas que dominan hoy nuestro planeta.
EXTINCIÓN
Hacia el final de su reinado, el Archaeopteris
asistió al nacimiento de las plantas de granos. Una de las hipótesis
que explica su desaparición es precisamente la competencia de estas
plantas.
Pero también existe otra causa,
que aclararía prodigiosamente la historia de la Tierra.Y es que
los bosques del Archaeopteris eran tan tupidos que, en 15 millones de años,
absorbieron una cantidad enorme del dióxido de carbono presente
en el aire, de esta forma el efecto de sierra natural de la atmósfera
se redujo, lo que habría provocado un enfriamiento del clima y un
periodo de glaciación.
De esta forma el Archaeopteris -ya sea
al modificar la atmósfera terrestre, ya sea al dar origen a un primo
superdotado (las plantas de grano)- desapareció de la Tierra hace
355 millones de años, víctima de su propio éxito.
Meyer-Berthaud seguirá examinando,
incluso durante años, el corazón del Archaeopteris para desentrañar
sus enigmas. Reconstruirlo tal y como era hace 370 millones de años
debería permitir descubrir el papel que jugó en el ecosistema
del período devoniano. Es decir, reconstruir su historia puede permitirnos
comprender mejor la historia de la Tierra.
CASI 130 AÑOS PARA SER UN AUTÉNTICO ÁRBOL
En 1871, el canadiense Dawson descubrió huellas fósiles de hojas parecidas a las de los arbustos, pero mucho más antiguas, y dio a esta planta el nombre de archaeopteris -"arkhaios" (antiguo) y "pteris" (arbusto)-. En 1911, el ruso Zalessky encontró un tronco de fósil que databa del periodo devoniano y cuya madera se parecía muchísimo a la de las coníferas modernas. A continuación, aparecieron en distintas partes del mundo estos dos tipos de fósiles, de los que entonces se creía que provenían de dos plantas diferentes.
Pero hubo que esperar al descubrimiento
-en los años 60- del americano Charles Beck para establecer un vínculo
entre las dos plantas que se creían diferentes. Este investigador
americano halló un fósil que poseía madera y una hoja
de tipo arbustivo a la vez. Y fue entonces cuando se descubrió que
el archaeopteris era un auténtico árbol.
En Estados Unidos se halló un tronco
de siete metros de largo y otro de 1,5 metros de diámetro. Era,
pues, un gran árbol.
Se calcula que las propiedades mecánicas
de su madera le permitían alcanzar hasta los 30 metros de altura.
Hasta los descubrimientos de Brigitte Meyer-Berthaud se creía que
las ramas con hojas del archaeopteris eran caducas y que el árbol
se desplumaba a medida que iban cayendo sus largas hojas. También
se creía, hasta entonces, que se parecía más
bien a un poste de teléfonos con una ramillete de pequeñas
ramas con hojas en la copa. Los resultados obtenidos por la paleobotanista
de Montpellier le dan "Archaeopteris" una silueta más acorde con
la realidad y más poblada de hojas.
Para mas información:
http://www.el-mundo.es/magazine/num204/textos/bosques1.html