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Los tocones y las raíces de estos
árboles-piedra, que en su día fueron coníferas, todavía
nos salen al paso en Aragoncillo (Guadalajara), en el mismo lugar
en el que vivieron hace 280 millones de años.
Son prácticamente los únicos
troncos existentes en Europa de esa remota época en posición
de vida, es decir, enraizados in situ, en el mismo lugar en el que nacieron
y crecieron en pleno pérmico inferior, mucho antes de que
los dinosaurios poblaran estos parajes. Hasta el momento se han descubierto
una docena de ejemplares y forman ya uno de los bosques petrificados más
interesantes del mundo.
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El Bosque Petrificado
Para que semejantes reliquias hayan podido llegar hasta nosotros tenía que suceder algo peculiar, precisamente lo que pasó en Guadalajara durante el comienzo del pérmico (de 280 a 290 millones de años): unas impresionantes emisiones volcánicas. En distintos lugares en la península (Asturias, Pirineos, Guadarrama, Guadalcanal) se produjeron en aquel momento erupciones de un volcanismo ácido y explosivo con gran cantidad de piroclastos, nubes ardientes, coladas y cenizas. Todo este magma formó un manto volcánico que cubrió rápidamente troncos, ramas y hojas de la cubierta vegetal. Una extensión importante, unos 24 kilómetros cuadrados de bosque bien desarrollado, quedó sepultada en Aragoncillo, y sus restos, aislados de las condiciones atmosféricas. "Como el magma volcánico es muy ácido permitió que el silicio caliente subiera por la estructura de la madera, los vasos por donde asciende la savia, como si fuera la propia savia, logrando una fosilización casi perfecta. De esta forma y organización de sus células, la propia estructura de la madera, quedaron preservados en condiciones excepcionales", cuenta Sopeña.
Después, la zona se convirtió
en un lago y quedó sumergida con 2.000 o 3.000 metros de sedimentos
por encima. Los movimientos tectónicos que levantaron más
tarde los Pirineos y el Sistema Central hicieron el resto al elevar estas
tierras, y la erosión puso el toque final haciendo que los troncos
afloraran poco a poco a la superficie. Y eso ha sido muy recientemente.
De hecho, muchos de estos árboles
fosilizados están todavía cubiertos y los geólogos
mantienen que aparecerán muchos más si se sigue limpiando
la zona.
Hay quien habla ya de una "Pompeya paleobotánica", pero Alfonso Sopeña, director del Instituto de Geología Económica, centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Complutense de Madrid, que investiga este peculiar bosque con un equipo del que forma parte la profesora Yolanda Sánchez Moya, de la Facultad de Geológicas, prefiere ser más discreto: "Es un hallazgo relevante no sólo por el número importante de individuos o xilópalos que hay in situ, sino también porque hemos encontrado, lo que es muy difícil en roca volcánica, asociaciones palinológicas, polen y esporas, restos de macroflora, de coníferas, hojas, frondes, esfenofitas -unas herbáceas que hoy día casi no cuentan con equivalentes y que tuvieron una gran difusión en aquel momento- y bastantes helechos arborescentes, según ha comprobado Roberto Wagner, del Botánico de Córdoba".
No hay nada para viajar en el tiempo como adentrarse en un paisaje de la mano de geólogos, porque manejan las señales que millones de años han ido dejando impresas en él con la naturalidad de quien sabe que esas apabullantes cifras no son nada, apenas un suspiro, en la historia física de la Tierra. Para ellos, pasar del carbonífero al pérmico, o al triásico, es algo tan natural como pasar de Madrid a Guadalajara por una moderna autopista llena de señales.
Aragoncillo, en la sierra del mismo nombre
y a pocos kilómetros de Molina de Aragón, muestra un paisaje
espectacular con las praderas cubiertas de cantueso, tomillo, jara y margaritas.
La zona de suaves colinas y tierra arenisca roja que conduce al bosque
petrificado es, según la profesora Sánchez, "puro triásico
medio, una tierra fangosa que estaba muy próxima a la línea
del mar, surcada por una serie de pequeños canales, lo que se nota
muy bien por los restos fósiles:
hay cristales de cloruro sódico,
sal común, transformados en arena actualmente, y los resaltes más
ocres son sedimentos de carbonatos de plataformas marinas". En esta
zona, añade Sopeña, se han conservado también icnitas
(huellas de reptiles), que permiten averiguar la longitud y el peso de
los animales, la paleoecología y el ambiente en el que vivían.
El geólogo señala que, según se avanza en el paisaje
y la tierra se vuelve más negra y la piedra más blanca, se
va retrocediendo en el tiempo hasta llegar al contacto del pérmico
inferior con el paleozoico, unos 280 millones de años atrás.
"Fue entonces cuando comenzaron las grandes emisiones volcánicas;
luego, en el triásico, toda la zona fue inundada por grandes ríos.
Es muy interesante estudiar la formación de estos bosques, el vulcanismo
asociado a la destrucción y cómo evolucionó la zona
de ser prácticamente un desierto a estar cubierta por enormes ríos".
No es fácil encontrar el bosque petrificado.
Los tocones fosilizados más espectaculares están al borde
de un pequeño arroyo, en medio de un joven bosque de pinos en explotación
donde abunda la jara. Los troncos fosilizados más espectaculares
están al borde de un pequeño arroyo, en medio de un joven
bosque de pinos en explotación donde abunda la jara. Los troncos
pueden confundirse fácilmente con piedras y sólo cuando el
ojo y la mano del experto señalan texturas y formas de árboles
en posición de vida se empieza a vislumbrar que ese mineral fue
antes vegetal y las que fueron un día conífera todavía
tienen sus raíces a la vista. Ambos geólogos confiesan que
el primer ejemplar, el bautizado por Yolanda Sánchez como "el arbolito",
que tiene 1,25 metros de diámetro y una altura de 30 centímetros,
con robustas raíces penetrando en el suelo, lo descubrieron hace
dos años, cuando iniciaron un proyecto más general de reconstrucción
paleogeográfica de la zona, dirigido a elaborar modelos para aplicar
en zonas con petróleo, como Argelia, y que les ha tenido ocupados
hasta ahora.
"Entonces dejamos pendiente esta investigación
y ahora hemos vuelto y descubierto en el mismo lugar nuevos ejemplares,
aunque de menor tamaño. En cierto modo se ha modificado el medio,
se han sembrado campos, ha habido una repoblación forestal y evidentemente
se ha destruido parte del paisaje y de los fósiles, pero queda gran
cantidad de trozos de madera fosilizada y es seguro que pueden aparecer
nuevos xilópalos".
Pero ¿qué aporta este singular
bosque anclado en el tiempo, aparte de la nada despreciable posibilidad
de contemplar in situ fósiles de árboles de millones de años,
una atracción para investigadores y amantes de la naturaleza cultivados
que ya ha llevado a los bosques de Dorset y Lesbos a promocionarse en las
páginas de Internet? Pues, además de la reconstrucción
de un paleoecosistema autóctono ya desaparecido, lo que siempre
proporciona una valiosa información científica, según
los expertos hay un hecho fundamental que lo relaciona con un tema que
ahora preocupa especialmente: el cambio climático.
Porque justo en el límite del periodo
carbonífero con el pérmico tuvo lugar uno de los grandes
cambios climáticos, uno de los cambios globales más significativos
de la historia de la Tierra en el que los casquetes polares se derritieron.
Hasta ese momento existía en toda la flora del globo terrestre una gran homogeneidad. Había unos bosques muy densos y poblados, y grandes zonas encharcadas con una vegetación exuberante en la que abundaban los helechos arborescentes, Y justo al iniciarse el pérmico se produjo una aridificación progresiva de todos los cinturones ecuatoriales y las zonas más húmedas se fueron desplazando hacia el norte o el sur, hacia latitudes más altas. La zona central de la cordillera Ibérica no fue una excepción y se vio sometida a una sistemática y continuada aridificación. "Conocer el clima del pasado es poseer la llave del presente, y ahora tenemos un material muy valioso para estudiar y comprender mejor cómo fue ese cambio climático de largo ciclo. Entenderlo es importante para poder ahondar más en un problema que ahora nos preocupa enormemente", mantiene Sopeña.
Como la estructura de estos fósiles está muy bien conservada, pueden hacerse ahora estudios detallados de la misma e incluso una dendrocronología (análisis de los anillos de crecimiento de los árboles), si finalmente se confirma que hay anillos en los troncos, lo que ahora analiza el paleobotánico y especialista en el pérmico Jean Broutin, de la Universidad Pierre-Marie Curie de París. "Eso permitiría averiguar si las plantas de la época necesitaban más o menos agua, si eran de mayor o menor altitud, más encharcadas, etcétera. Y ver si hay variaciones significativas durante épocas estacionales, porque los años podían entonces tener una duración distinta de la actual. En general, todo lo que pueda contribuir a un mejor conocimiento de lo que eran los ciclos climáticos en el pasado nos proporciona datos de gran interés para interpretar lo que pasa ahora", señala Sopeña. Y hace notar que las series existentes de precipitaciones y temperaturas para el estudio del posible cambio climático actual son muy escasas: "Hay pocos datos históricos a la hora de hacer una serie estadística fiable para saber si vamos a un periodo de mayor calentamiento o no, y hay que tener en cuenta que son muy pocos grados los que producen unas enormes incidencias".
Ahora, el paso siguiente será intentar separar la materia orgánica fosilizada de la sílice. Sopeña mantiene que, además de terminar el estudio científico, lo ideal sería proteger de alguna manera la zona. "Tengo pánico de que puedan destruirse ejemplares que son únicos, aunque espero que la Junta de Castilla-La Mancha los proteja de alguna forma".
"Estamos convencidos", asegura Alejandro Alonso, consejero de Agricultura de la Junta de Castilla-La Mancha, "de estar ante un descubrimiento importante y nuestra primera intención es conservarlo y protegerlo. Así se lo hemos hecho constar a los investigadores, a quienes hemos solicitado un estudio de tallado para poder actuar. Podemos asegurar nuestro compromiso para que el bosque petrificado se pueda conservar y divulgar en las mejores condiciones".
"Con las tecnologías actuales", remata
Sopeña, "podríamos hacer copias perfectas de La Gioconda,
el acueducto de Segovia o las pirámides de Egipto, pero lo que no
podemos hacer nunca es retroceder en el tiempo. No podemos volver atrás
280 millones de años, plantar estos árboles, esperar a que
crezcan, que se fosilicen, que queden enterrados a casi 3.000 metros de
profundidad, que se erosionen y vuelvan a aflorar. Eso es físicamente
imposible. Por eso, su conservación es fundamental.
Porque es algo irrepetible".
Para mas información:
http://members.es.tripod.de/Nachoben/geologia/paleontologia/yac_sierra_aragoncillo.htm